Me han dicho que soy decadente. Que esa mi decadencia, aunque a veces da para buenas líneas y cosas aceptables, está desvaneciéndoce y tornándose... sí, decadente. Mi decadencia es decadente. También me han dicho que hay algo en mi de narcisismo, de egoísmo y arrogancia. Tal vez sea cierto, muy probablemente sea cierto, incluso yo lo he notado, pero ¿qué más da?
Y con riesgo a que quienes han escupido sobre mí esas aceveraciones, escribo esto, en este momento de melancolía total y de decadencia notable.
Recuento de daños.
Una rodilla deshecha;
pasa,
no importa,
no me importa,
rodillas van, rodillas vienen.
1 litro de sangre,
que corre,
y se va,
parece no volver.
Color escarlata huyendo preocupada,
desesperada,
necesariamente.
La sangre va y la sangre viene.
Una razón para vivir.
Tu lástima me lastima,
una razón para morir.
Huye, cobarde, que no te queda ningún lugar a dónde ir,
y vendrás,
¡Oh, sé que vendrás!
Con sangre en los dientes, ciega, desgarrada, drenada, casi viva,
casi muerta.
¡Oh, sé que vendrás!
Una mujer:
no es nada,
es todo,
tú no eras nada; lo eras todo.
Ni la única, ni la mejor.