¿Qué es lo que hace que una
novela se convierta en un clásico, en una obra maestra, en un libro
imprescindible? ¿Qué es lo que Dickens, Kafka, Joyce y Dostoievski tienen en
común? James Joyce es un maestro del monólogo interno, lo utiliza y lo explota
hasta sus últimas consecuencias. Charles Dickens es, probablemente, el escritor
que mejor describe los ambientes en sus novelas; Inglaterra podría
reconstruirse con base en sus libros. Franz Kafka es sinónimo de relato corto,
lo maneja a la perfección; en poquísimas páginas logra adentrarnos en el mundo
de los personajes de una manera incomparable. Dostoievski tiene la habilidad de
delinear tan bien a sus personajes que no cabe ninguna duda, nunca, de la
psicología de los mismos; no hay un solo cabo suelto.
Stephen King logra manejar
la emoción humana más complicada de todas: el miedo. El miedo que paraliza, el
miedo que mata, el miedo que destruye. El miedo a la soledad, a ser diferente,
a los payasos, a lo desconocido, a la obscuridad, a la muerte, a la locura, el
miedo al miedo. Stephen King maneja esta emoción tan bien, como Joyce maneja el
monólogo interno o Dostoievski la psicología de sus personajes.
T
odos le tenemos miedo a
algo. Y Stephen King tiene libros sobre todos los miedos posibles; es por eso
que este autor tiene un libro para cada uno de nosotros. Carrie no es la
excepción. Éste, su primer libro publicado en el año de 1973, nos narra la
historia de una adolescente que sufre agresiones físicas, verbales,
psicológicas y emocionales por parte de sus compañeras del instituto en el que
cursa la secundaria. Es una historia contemporánea, en este sentido, a pesar de
haber sido escrito hace ya cuarenta años.
Carrie vive con su madre,
una católica ferviente. Toda su vida la rige tomando como base la religión,
tanto sus acciones como sus omisiones. De esta manera, la vida de Carrie
también está profundamente ligada con la religión, no por gusto, sino por
efecto de su madre. Esta también es una característica que provee de contemporaneidad
a esta novela. Hasta este punto, la historia parece transcurrir de una manera,
si es que se le quiere adjetivizar de algún modo, normal. De no ser por un
poder sobrenatural que Carrie se percata de poseer: telequinesia. El poder de
manipular los objetos (incluidos los seres humanos) a su voluntad.
En la novela hay dos
momentos trascendentales y fundamentales: el primero, cuando castigan a Chris
Hangersen, con no asistir al baile de graduación, lo cual le provoca un odio
inconmensurable e irracional hacia Carrie. Y el segundo, desencadenado por el
primero, cuando, en el baile de graduación, Chris y su novio, Billy, arrojan
dos baldes repletos de sangre sobre las cabezas de Carrie y su acompañante,
Tommy, ambos elegidos rey y reina del baile, gracias a una manipulación de
votos por parte de Chris. Aquí es donde el terror comienza. Todos los
asistentes a la fiesta se ríen de ella al verla bañada en sangre. “No vas a ir
a esa fiesta, hija”, recuerda a su madre diciendo esa frase, hiriéndola. Carrie
intenta calmarse, pero no lo consigue, su odio es más fuerte que su compasión.
Decide arrasar con el pueblo entero. Decide vengarse. Decide hacerlos pagar,
hacerlos sufrir como a ella la hicieron sufrir.
Las imágenes apocalípticas
que King introduce en esta parte de la novela son de verdad desgarradoras: el
gimnasio donde se lleva a cabo el baile de graduación se quema gracias a que
Carrie manipula los cables de la luz y los hace estallar (DOBLÉGATE, les ordena
la adolescente), los asistentes mueren aplastados, quemados o ahogados. El caos
total, el desastre imparable. La venganza a punto de ser completamente
consumada. Pero Carrie no quiere vengarse solamente de sus compañeros, ni de
sus maestros. Quiere y necesita vengarse de su progenitora. “¿Para qué me
tuviste, madre?” pregunta en voz alta mientras camina hacia su casa,
destruyéndolo todo. Al llegar a su casa, la novela llega al momento del clímax.
Su madre la espera con un cuchillo. “Hay que liberarte del rojo, del demonio”,
le dice cuando la recibe. “Vengo a matarte, madre”, le responde. Su madre le
clava un cuchillo en el hombro. Carrie le desacelera el corazón, “cada vez más
lento”, provocándole un paro cardiaco (DOBLÉGATE). Muere. Al fin la venganza está
completa. No queda más por hacer y Carrie sale a las calles en busca de algo o
de alguien.
Nuestra protagonista sale de
casa, vaga por las calles (haciendo explotar todo a su paso), mira sin
observar; ve sin percibir; oye sin escuchar. Agoniza, está muriendo. El
cuchillo clavado en su hombro comienza a ser mortal. Cae al suelo, en la
carretera. Cae y está a punto de morir. Sue, una compañera suya la encuentra,
la mira morir, vive su muerte con ella, no la deja sola; Carrie le muestra toda
su vida, todo su sufrimiento. “Yo solo quería una vida normal”, le susurra
entre sueños y alucinaciones a Sue, quien la acompaña en su muerte. Carrie
muere en sus brazos, cubierta de sangre de cerdo, con la venganza teñida en su
cuerpo.
El terror al que Stephen
King es capaz de someternos es claramente demostrado en este libro. En poco más
de 250 páginas, el autor logra crear una atmósfera terrorífica, con poderes
mentales, muertes atroces y una ciudad devastada por la ira de una adolescente.
¿Entonces qué tienen en común los autores antes citados y Stephen King? Que
Stephen King es el amo del terror y el suspenso; es, simplemente, el dueño de
este género. Aunque su terror sea distinto al de H. P. Lovecraft o Edgar Allan
Poe. Así como Dostoievski es el maestro de la descripción psicológica de los
personajes, así como Joyce es el más grande representante del monólogo interno,
King es el rey del terror.
Carrie es un libro para
leerse en el metro, en la casa, en un hotel, en un restaurante, en un parque;
pero jamás para leerse de noche, las imágenes y escenas que King crea son
despiadadas y no son fáciles de olvidar. Por esta razón, King se ha convertido
en un clásico contemporáneo, en un escritor indispensable.