jueves, 24 de octubre de 2013

Stephen King: Carrie y el terror.

¿Qué es lo que hace que una novela se convierta en un clásico, en una obra maestra, en un libro imprescindible? ¿Qué es lo que Dickens, Kafka, Joyce y Dostoievski tienen en común? James Joyce es un maestro del monólogo interno, lo utiliza y lo explota hasta sus últimas consecuencias. Charles Dickens es, probablemente, el escritor que mejor describe los ambientes en sus novelas; Inglaterra podría reconstruirse con base en sus libros. Franz Kafka es sinónimo de relato corto, lo maneja a la perfección; en poquísimas páginas logra adentrarnos en el mundo de los personajes de una manera incomparable. Dostoievski tiene la habilidad de delinear tan bien a sus personajes que no cabe ninguna duda, nunca, de la psicología de los mismos; no hay un solo cabo suelto.

Stephen King logra manejar la emoción humana más complicada de todas: el miedo. El miedo que paraliza, el miedo que mata, el miedo que destruye. El miedo a la soledad, a ser diferente, a los payasos, a lo desconocido, a la obscuridad, a la muerte, a la locura, el miedo al miedo. Stephen King maneja esta emoción tan bien, como Joyce maneja el monólogo interno o Dostoievski la psicología de sus personajes.
T
odos le tenemos miedo a algo. Y Stephen King tiene libros sobre todos los miedos posibles; es por eso que este autor tiene un libro para cada uno de nosotros. Carrie no es la excepción. Éste, su primer libro publicado en el año de 1973, nos narra la historia de una adolescente que sufre agresiones físicas, verbales, psicológicas y emocionales por parte de sus compañeras del instituto en el que cursa la secundaria. Es una historia contemporánea, en este sentido, a pesar de haber sido escrito hace ya cuarenta años.

Carrie vive con su madre, una católica ferviente. Toda su vida la rige tomando como base la religión, tanto sus acciones como sus omisiones. De esta manera, la vida de Carrie también está profundamente ligada con la religión, no por gusto, sino por efecto de su madre. Esta también es una característica que provee de contemporaneidad a esta novela. Hasta este punto, la historia parece transcurrir de una manera, si es que se le quiere adjetivizar de algún modo, normal. De no ser por un poder sobrenatural que Carrie se percata de poseer: telequinesia. El poder de manipular los objetos (incluidos los seres humanos) a su voluntad.

En la novela hay dos momentos trascendentales y fundamentales: el primero, cuando castigan a Chris Hangersen, con no asistir al baile de graduación, lo cual le provoca un odio inconmensurable e irracional hacia Carrie. Y el segundo, desencadenado por el primero, cuando, en el baile de graduación, Chris y su novio, Billy, arrojan dos baldes repletos de sangre sobre las cabezas de Carrie y su acompañante, Tommy, ambos elegidos rey y reina del baile, gracias a una manipulación de votos por parte de Chris. Aquí es donde el terror comienza. Todos los asistentes a la fiesta se ríen de ella al verla bañada en sangre. “No vas a ir a esa fiesta, hija”, recuerda a su madre diciendo esa frase, hiriéndola. Carrie intenta calmarse, pero no lo consigue, su odio es más fuerte que su compasión. Decide arrasar con el pueblo entero. Decide vengarse. Decide hacerlos pagar, hacerlos sufrir como a ella la hicieron sufrir.

Las imágenes apocalípticas que King introduce en esta parte de la novela son de verdad desgarradoras: el gimnasio donde se lleva a cabo el baile de graduación se quema gracias a que Carrie manipula los cables de la luz y los hace estallar (DOBLÉGATE, les ordena la adolescente), los asistentes mueren aplastados, quemados o ahogados. El caos total, el desastre imparable. La venganza a punto de ser completamente consumada. Pero Carrie no quiere vengarse solamente de sus compañeros, ni de sus maestros. Quiere y necesita vengarse de su progenitora. “¿Para qué me tuviste, madre?” pregunta en voz alta mientras camina hacia su casa, destruyéndolo todo. Al llegar a su casa, la novela llega al momento del clímax. Su madre la espera con un cuchillo. “Hay que liberarte del rojo, del demonio”, le dice cuando la recibe. “Vengo a matarte, madre”, le responde. Su madre le clava un cuchillo en el hombro. Carrie le desacelera el corazón, “cada vez más lento”, provocándole un paro cardiaco (DOBLÉGATE). Muere. Al fin la venganza está completa. No queda más por hacer y Carrie sale a las calles en busca de algo o de alguien.

Nuestra protagonista sale de casa, vaga por las calles (haciendo explotar todo a su paso), mira sin observar; ve sin percibir; oye sin escuchar. Agoniza, está muriendo. El cuchillo clavado en su hombro comienza a ser mortal. Cae al suelo, en la carretera. Cae y está a punto de morir. Sue, una compañera suya la encuentra, la mira morir, vive su muerte con ella, no la deja sola; Carrie le muestra toda su vida, todo su sufrimiento. “Yo solo quería una vida normal”, le susurra entre sueños y alucinaciones a Sue, quien la acompaña en su muerte. Carrie muere en sus brazos, cubierta de sangre de cerdo, con la venganza teñida en su cuerpo.

El terror al que Stephen King es capaz de someternos es claramente demostrado en este libro. En poco más de 250 páginas, el autor logra crear una atmósfera terrorífica, con poderes mentales, muertes atroces y una ciudad devastada por la ira de una adolescente. ¿Entonces qué tienen en común los autores antes citados y Stephen King? Que Stephen King es el amo del terror y el suspenso; es, simplemente, el dueño de este género. Aunque su terror sea distinto al de H. P. Lovecraft o Edgar Allan Poe. Así como Dostoievski es el maestro de la descripción psicológica de los personajes, así como Joyce es el más grande representante del monólogo interno, King es el rey del terror.


Carrie es un libro para leerse en el metro, en la casa, en un hotel, en un restaurante, en un parque; pero jamás para leerse de noche, las imágenes y escenas que King crea son despiadadas y no son fáciles de olvidar. Por esta razón, King se ha convertido en un clásico contemporáneo, en un escritor indispensable.

martes, 30 de abril de 2013

Ejercicio número 1

Sentado a la sombra de un árbol negro;
hojas secas
viento con polvo
la sombra impermeable
de la luz incandecente
que cruza el lugar en el que te veo
mientras me siento sin tiempo
mientras me siento sin viento
en esta realidad absolutamente insípida
absolutamente ríspida
en que flotamos antes de morir
antes de fingir nuestro propio acto secundario
antes de fingir nuestra vida
ya vivida y ya muerta.
Sentado a la sombra de un árbol negro;
recordando recuerdos no recordados
ni rescatados del abismo
mientras escuchamos
sin escuchar sonidos fríos
que salen de bocas de seres más fríos.


viernes, 19 de abril de 2013

Sin pretextos.

Para el amor no hay pretexto climatológico que valga.
Con lluvia
o con calor
el sentimiento es imperecedero
infinito
inmortal

Para el amor no hay pretexto gramatical que valga.
Un
te ámo es aceptado
al igual que un
te amo.

Para el amor, los pretextos son
inútiles, indefinidos
inservibles.

Para el amor no hay pretexto terrenal que valga.
La muerte es muerte
pero incluso en ella hay vida.
Muerte por amor
o amor a muerte
como sea
se ama perpetuamente.

jueves, 28 de marzo de 2013

Sexo Moderno

Eres uno de los peores errores de Dios... en realidad, eres la representación de todas sus fallas.

lunes, 25 de marzo de 2013

Hoy no tengo nada qué escribir.


[...] porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni unahoja,pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado. [...]

-Federico García Lorca

Hoy no tengo nada qué escribir,
déjenme en paz,
este no hombre
no poeta
no hoja
no luz
no gota
no liebre
no ámbar
no amante
no tiene nada qué decir.

O quizá sí
quizá sí tenga una o dos palabras
qué decir
quién sabe:
libélula,
labios,
quién sabe.

Con tu partida
todas las palabras 
perdieron su sentido
y este no hombre
no poeta
no hoja
no luz
no gota
no liebre
no ámbar
no amante
no tiene nada que decir.

jueves, 21 de marzo de 2013

Si

Si veo a una mujer desnudarse
me caso con ella
si huelo una flor al deshojarse
me masturbo con ella
si noto una nube alejarse
me orino en ella
si siento tu amor fragmentarse
me quedo con ella.

lunes, 11 de marzo de 2013

Punto y coma

Si pones tu mano sobre mi mano
Yo me quedo helado
Si pones tus labios sobre mis labios
Yo me quedo tiritando
Si me miras con tus ojos de azulejo
Yo me quedo murmurando “no sabes cómo te amo”.
Si me tocas con tu piel de miel
Yo me quedo sonriendo
Porque tu piel y mi piel
Tu mano y mi mano
Tus labios y mis labios
Tus ojos y mis ojos
Se están tocando.